La eliminación de Chile del Mundial Sub-20 2025 vuelve a encender las alarmas sobre el estado del fútbol joven en el país. No se trata solo de un mal resultado deportivo, sino del reflejo de un sistema que no logra producir generaciones competitivas a nivel internacional.
Durante el torneo, la Roja mostró buenas intenciones, pero careció de convicción táctica, ritmo de juego y oficio competitivo. Hubo esfuerzo, pero faltó madurez. Los rivales —con estructuras formativas consolidadas y procesos de largo plazo— exhibieron una superioridad física, técnica y mental evidente.
El problema de fondo no está en los jugadores, sino en la estructura del fútbol chileno. La falta de continuidad de procesos juveniles, la escasa competencia internacional y la débil articulación entre clubes y federación están frenando el desarrollo de talentos. A ello se suma una liga que prioriza resultados inmediatos antes que la proyección de jóvenes.
Este fracaso debe asumirse como una oportunidad para repensar el modelo formativo. Chile necesita un plan nacional que unifique metodologías, potencie los centros de entrenamiento y promueva técnicos especializados en desarrollo juvenil. Sin eso, las selecciones menores seguirán pagando los costos de la improvisación.
La Sub-20 representa el futuro, y su eliminación no es un accidente: es la consecuencia de años sin una política deportiva coherente. El desafío ahora no es buscar culpables, sino construir una base sólida que permita que los próximos talentos no solo lleguen al Mundial, sino que compitan de igual a igual.
«El futuro no se improvisa. Si Chile no invierte en formación y planificación, seguirá mirando los mundiales desde fuera.«





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Las declaraciones de Nicolás Córdova sobre las métricas tienen parte de razón: el fútbol ya no es solo intuición, se utilizan herramientas que aportan. Pero no pueden ser una cubierta para no responder por lo que pasa en el campo ni una justificación permanente si los resultados son débiles.
Chile necesita una mezcla: visión moderna, análisis estadístico, disciplina táctica, pero también eficacia, agresividad para definir, y coherencia entre lo que se promete y lo que se hace. Hasta ahora, las métricas de Córdova han servido para justificar más que para demostrar.